Hace poco volví a entrenar en Pau con mi hijo Luka. Remamos juntos y tenía la ilusión de reencontrarme con mi antiguo estilo, de sentir que el cuerpo aún recordaba aquellas sensaciones. Pero cuando me vi en vídeo, apenas me reconocía. Mis movimientos eran otros: más lentos en algunos tramos, más cortos en otros, con unos estilos de palada que nunca había hecho.
Al principio me sorprendió, incluso me incomodó. ¿Dónde estaba el palista que yo recordaba? Y entonces entendí: estaba viendo cómo mi cuerpo de 47 años se autoorganizaba, cómo buscaba nuevas soluciones para un entorno que seguía siendo el mismo, pero que yo ya no era capaz de habitar de la misma manera.
Esa experiencia me recordó por qué el slalom nos obliga siempre a ser humildes. No hay técnica perfecta ni receta universal. El agua cambia, nosotros cambiamos, y lo único que permanece es la necesidad de adaptarnos y tener un criterio técnico decente sobre lo que es el Canoe Slalom.
La ciencia habla de sistemas dinámicos complejos para explicar esto: conjuntos de elementos interconectados que interactúan de forma no lineal y generan propiedades nuevas que no pueden explicarse mirando las partes por separado. El cuerpo humano en movimiento es exactamente eso. No somos músculos, huesos y neuronas funcionando por separado, sino una auto estructura que integra lo físico, lo cognitivo y lo emocional en cada bajada.
Dos ideas me parecen claves para entenderlo. La primera es la autoorganización: la capacidad de que todo el sistema encuentre por sí mismo un orden, sin que nadie lo dirija. Es lo que vi en mis vídeos en Pau: mi cuerpo reorganizándose para mantener el equilibrio, para ejecutar los circuitos con lo que tengo hoy (o con lo poco que me queda) y no con lo que tuve hace más de veinte años. La segunda es la emergencia: los patrones que aparecen cuando todas las piezas interactúan. En cada descenso surge algo nuevo, una forma de moverse que nunca antes había existido, única de ese instante y de ese palista.
En el mundo científico, a estos patrones estables se les llama atractores. Son las formas de moverse a las que tendemos porque funcionan, porque nos dan seguridad en medio del caos. Pero no son rígidos. En nuestro deporte no hablamos de simples atractores, sino que hablamos de atractores extraños: se repiten, sí, pero nunca son iguales. Cuando crees que dominas un gesto, el río te obliga a reinventarlo, y ahí está la riqueza.
Esto se entiende mejor con la teoría de las restricciones. El movimiento de un palista no surge de copiar un modelo ideal, sino de responder a tres tipos de restricciones. Está el entorno: la corriente, las olas, el viento. Está la tarea: cómo están colocadas las puertas, cuántas hay, etc. Y luego está el propio individuo: su cuerpo, su nivel de energía, su experiencia, su confianza en ese momento.
Lo que vi en Pau fue la interacción de todas esas restricciones con mi propio sistema: ya no podía moverme como antes, pero podía seguir encontrando soluciones.
El slalom, en el fondo, es un diálogo entre dos sistemas complejos: el río y el palista. Ninguno se puede controlar del todo, pero juntos generan un patrón emergente de movimiento que nunca es idéntico al anterior. Eso explica por qué la variabilidad no es un error, sino la esencia misma de este deporte. Cada bajada es distinta, cada gesto tiene algo de nuevo. Y entrenar en este contexto es aceptar que lo importante no es repetir siempre lo mismo, sino cultivar la capacidad de adaptarse.
Los interesante aquí es ver como en las competiciones internacionales hay atletas diferentes, con diferentes morfologías y diferentes condiciones de agua que son capaces de responder de manera tan perfecta a millones de estímulos de modo que, al final, estén a pocas centésimas de segundo unos de otros. ¡Es fascinante!
Por eso, cuando me vi en esos vídeos y apenas reconocí mi estilo, ya no lo viví como una pérdida. Lo entendí como una prueba más de que el slalom no nos pide perfección, sino humildad: la capacidad de aceptar la incertidumbre, de confiar en que nuestro cuerpo encontrará el camino y de aprender, una vez más, a dialogar con el río.


